Nastasimir Franović

Dubrovnik 12.04. 1960.
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Olmo centenario

Olmo
Al olmo centenario de Machado, en la colina junto al río Duero, lo mató el trueno.
Las lluvias de abril y el sol de mayo le dieron unas pocas hojas jóvenes y esperanza hasta el final.
Antes de que lo conquistaran las hormigas y la podredumbre en la profundidad del tronco y el musgo amarillo cubriera su corteza.
Así murió el Olmo de Machado en su poema.

El gran poeta dio una nueva vida al Olmo moribundo junto al río.
Para ser un soporte de madera en el campanario de la iglesia, una rueda o un yugo.
Para acabar con dignidad a la vista de sus años, para que no se consuma en una choza junto a la carretera.
No sé cantar en la lengua del gran Machado.
Su Olmo en la colina desvía mi mente a nuestro Olmo.

Sé que también teníamos el Olmo en nuestra capital.
Cerca del palacio real.
Junto a la torre meridional de Biljarda había un poderoso Olmo, extenso y poderoso.
Creado como lugar de reunión, para escuchar la palabra de los hombres.
El señor de nuestro reino también estaba sentado allí.
Para escuchar a su pueblo. Para juzgar e impartir justicia.

El Olmo daba sombra y esperanza a la justicia.
Bajo la bóveda azul se encuentra la sala del tribunal y una sencilla silla de madera para el rey.
Suficiente para escuchar la palabra de los hombres.
No era el Olmo sino el hombre honrado, el testigo del tiempo heroico.

¡Y ese hombre, ese peñasco, ese Árbol de la Justicia se salvó del trueno! Pero lo mató el villano, bestialmente con un hacha.
A finales de otoño, nuestro Olmo murió.
El bribón cortó todas sus raíces para que no pudiera volver a echar hojas.

Sin esperanza de que una nueva vida comenzara en alguna cosa de madera.
El Olmo tuvo que arder hasta la última tea.
De esas cenizas, el viento sopla la historia de nuestro Olmo.
Y el Olmo vive en nuestros pensamientos, como el hombre honrado.
Dignificado a su honor.
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