Je serai ton cercueil,
aimable pestilence!...
Noche de tenues suspiros
platónicamente ilesos:
vuelan bandadas de besos
y parejas de suspiros;
ebrios de amor los cefiros
hinchan su leve plumón,
y los sauces en montón
obseden los camalotes
como torvos hugonotes
de una muda emigración.
Es la divina hora azul
en que cruza el meteoro,
como metáfora de oro
por un gran cerebro azul.
Una encantada Estambul
surge de tu guardapelo,
y llevan su desconsuelo
hacia vagos ostracismos
floridos sonambulismos
y adioses de terciopelo.
En este instante de esplín,
mi cerebro es como un piano
donde un aire wagneriano
toca el loco del esplín.
En el lírico festín
de la ontológica altura,
muestra la luna su dura
calavera torva y seca,
y hace una rígida mueca
con su mandíbula oscura.
El mar, como gran anciano,
lleno de arrugas y canas,
junto a las playas lejanas
tiene rezongos de anciano.
Hay en acecho una mano
dentro del tembladeral;
y la supersustancial
vía láctéa se me finge
la osamenta de una Esfinge
dispersada en un erial.
Cantando la tartamuda
frase de oro de una flauta,
recorre el eco su pauta
de música tartamuda.
El entrecejo de Buda
hinca el barranco sombrío,
abre un bostezo de hastío
la perezosa campaña,
y el molino es una araña
que se agita en el vacío.
¡Deja que incline mi frente
en tu frente subjetiva,
en la enferma, sensitiva
media luna de tu frente,
que en la copa decadente
de tu pupila profunda,
beba el alma vagabunda
que me da ciencias astrales
en las horas espectrales
de mi vida moribunda!
¡Deja que rime unos sueños
en tu rostro de gardenia,
Hada de la neurastenia,
trágica luz de mis sueños!
Mercadera de beleños
llévame al mundo que encanta;
¡soy el genio de Atalanta
que en sus delirios evoca
el ecuador de tu boca
y el polo de tu garganta!
Con el alma hecha pedazos,
tengo un Calvario en el mundo;
amo y soy un moribundo,
tengo el alma hecha pedazos:
¡cruz me deparan tus brazos;
hiel tus lágrimas salinas;
tus diestras uñas, espinas
y dos clavos luminosos
los aleonados y briosos
ojos con que me fascinas!
¡Oh mariposa nocturna
de mi lámpara suicida,
alma caduca y torcida,
evanescencia nocturna;
linfática taciturna
de mi Nirvana opioso,
en tu mirar sigiloso
me espeluzna tu erotismo,
que es la pasión del abismo
por el Angel Tenebroso!
(Es medianoche). Las ranas
torturan en su acordeón
un «piano» de Mendelssohn
que es un gemido de ranas;
habla de cosas lejanas,
un clamoreo sutil;
y con aire acrobatil
bajo la inquieta laguna,
hace piruetas la luna
sobre una red de marfil.
Juega el viento perfumado
con los pétalos que arranca,
una partida muy blanca
de un ajedrez perfumado;
pliega el arroyo en el prado
su abanico de cristal,
y genialmente anormal
finge el monte a la distancia
una gran protuberancia
del cerebro universal.
¡Vengo a ti, serpiente de ojos
que hunden crímenes amenos,
la de los siete venenos
en el iris de sus ojos;
beberán tus llantos rojos
mis estertores acerbos,
mientras los fúnebres cuervos,
reyes de las sepulturas,
velan como almas oscuras
de atormentados protervos!
¡Tú eres póstuma y marchita,
misteriosa flor erótica,
miliunanochesca, hipnótica,
flor de Estigia acre y marchita;
tú eres absurda y maldita,
desterrada del Placer,
la paradoja del ser
en el borrón de la Nada,
una hurí desesperada
del harem de Baudelaire!
¡Ven, declina tu cabeza
de honda noche delincuente
sobre mi tétrica frente,
sobre mi aciaga cabeza;
deje su indócil rareza
tu numen desolador,
que en el drama inmolador
de nuestros mudos abrazos
yo te abriré con mis brazos
un paréntesis de amor!