El mustio peregrino
vió en el monte una huella de sangre:
la sigue pensativo
en los recuerdos claros de su tarde.
El triste, paso a paso,
la ve en la ciudad, dormida, blanca,
junto a los cadalsos,
y al morir de ciegas atalayas.
El curvo peregrino
transita por bosques adorantes
y los reinos malditos,
y siempre mira las rojas señales.