El rostro pudibundo y hechicero
reclinada en mis brazos escondía,
y en los suyos amantes me oprimía
trémula murmurando: — 'No te quiero...!'.
Ya un instante después: — 'Sí, mi lucero,
mi azucena del monte... mi alegría...'.
¡Te amaré más que nunca, Ñola mía!
¡Ven, mi gloria! no temas...—'¡Embustero!'.
¡Qué inocencia infantil en sus enojos!
¡Cuan esquivos y dulces esos labios
abrasadores, húmedos y rojos
que ósculos brindan al decir agravios!
¡Ay! ¡cuánto tiempo ya, cuánto, Dios mío,
que duerme sola en su sepulcro frío!