Dejemos los salones rebosantes
De luz, de juventud, flores y aromas,
Y vamos a vagar por las florestas
En la noche azulada y silenciosa:
Al trémulo fulgor de las estrellas
Allí te cantaré las dulces trovas
De tardes felices, pulsando mi blanda,
Mi tierna guitarra.
Te contaré el dolor de la doncella
Cuando expiró su noble caballero;
Cómo, herida en el alma, para siempre
Cerró sus ojos apacible sueño:
Te mostraré el corcel horrorizado
Al ver por tierra su jinete diestro...
Tendré, si suspiras, de nuevo templada
Mi tierna guitarra.