Pintaba un gran artista la figura
de una mujer; pero en la boca había
un rasgo que a su genio se escondía,
que escapa al pincel y a la pintura:
una sonrisa de ideal belleza,
que era como un destello de ternura
perdido en una sombra de tristeza.
De repente el pintor, en la ansia loca
del genio que al crear se inmortaliza,
en un golpe de luz trazó en la boca
la secreta expresión de la sonrisa.
Miró su obra el artista un largo rato
con la muda ansiedad del embeleso.
Y, después, en un íntimo arrebato,
acercóse frenético al retrato,
y borró la sonrisa con un beso.