Gregorio Gutiér González


Un Paseo en Abejorral

Su mano diestra en mi mano,
Mi siniestra en su cintura,
Su brazo izquierdo a mi cuello,
Triste yo, llorosa Julia,
Largo rato caminamos
Sobre la grama menuda
Siempre limpia y siempre verde
Que la población circunda.
-Vamos allí, al cementerio,
Dijo mostrando en la altura
Paredes que blanqueaban
Entre la niebla confusas.
-Está muy lejos.- No importa.
-Te hará daño.- Con tu ayuda
Y apoyándome en tu brazo
No hay senda larga ninguna.
-Vamos; pero... al cementerio...
No puede ser.- ‘por qué dudas?
Es que quiero dirigirme
A donde se halla la tumba
Donde descansan los restos
De nuestra hija.- Ninguna
Señal mandé que pusiesen
En su humilde sepultura.
Quiero olvidar los pesares
Si me olvida la ventura.
¿Para qué tener presentes
Fechas, nombres, sepulturas
Que el amargor de la vida
Su amargor cáustico juntan?
¿Para qué dejar señales
Que nuestras penas anuncian,
Si estás su sello de plomo
Grabando de una a una?
El corazón y la frente
Son buenos testigos, Julia,
Pues llevan talladas siempre
Heridas él y ella arrugas.
Cabellos en relicarios,
Ceniza guardada en urnas,
Cruces en los cementerios,
Son vanidades, locura.
-No me digas esas cosas;
Vamos andando y procura
Tener presente su imagen,
Y aquella suprema angustia
De la niña que al ser ángel
Nos dejó; no olvides nunca
Sus bellos ojos, tan bellos,
Que alivio en su madre buscan,
Y que no encontrando alivio,
En sus órbitas se ocultan;
Ni su quejido doliente,
Ni las manitas que cruza
Cayendo desfallecidas,
Sin hallar fuerza ninguna;
Ni su aliento que se apaga,
Ni su estertor. –Oye Julia:
Yo he mentido al decir que no se puso
Una señal para fijar mejor
Los restos de la niña que al ser ángel
Sobre la tierra nos dejó a los dos.

¿Ves un ciprés que empieza a levantarse
Allí, en ese recinto funeral?
Esa marca el sepulcro en donde se halla
Esa hija que vienes a buscar.

¿No temes tú manosear los filos
Que te ofrece, acerados, el dolor?
Gastarlos puedes o romper con ellos
Las manos, y después el corazón.

Yo no quiero que a una ave casi implume
Corten alas si un vuelo no ensayó:
¿Por qué, ya que las arrojan a la vida,
No la dejan gozar aire mejor?

A esa tumba yo le diera el alma mía
Y la sangre mejor del corazón
Si el polvo que ella guarda se animara,
Si reviviera la marchita flor.

Quisiera un escudo impenetrable
Se interpusiera entre el dolor y yo...
Mas si quieres sufrir, sufre y... te aguardo;
Aquel es el ciprés, yo allá voy.

-¡Oh! Yo tampoco iré, mas no blasfemes
Es preciso tener resignación,
Que el dolor que sufrimos en la tierra
En su bondad lo santifica Dios.

Haz como yo, inclina la cabeza
Y dobla la rodilla como yo,
Y repite en el fondo de tu alma:
Bendito y alabado sea el Señor.
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