¿Por qué no canto? ¿has visto a la paloma
Que cuando asoma en el oriente el sol
Con tierno arrullo u canción levanta,
Y alegre canta
La dulce aurora de su dulce amor?
Y ¿no la has visto cuando el sol se avanza
Y ardiente lanza rayo del cenit,
Que fatigada tiende silenciosa
Ala amorosa
Sobre su nido, y calla, y es feliz?
Todos cantamos en la edad primera,
Cuando hechicera inspirarnos la edad,
Y publicamos necios, indiscretos,
Muchos secretos
Que el corazón debiera sepultar.
Cuando al encuentro del placer salimos,
Cuando sentimos el primer amor,
Entusiasmados de placer cantamos
Y evaporamos
Nuestra dicha al compás de una canción.
Pero después... nuestro placer guardamos,
Como ocultamos el mayor pesar;
Porque es mejor en soledad el llanto,
¡Y crece tanto
Nuestra dicha en humilde oscuridad!
Sólo en oscuro, retirado asilo
Puede tranquilo el corazón gozar;
Sólo en secreto sus favores presta
Siempre modesta
La que el hombre llamó felicidad.
¿Conoces tú la flor de batatilla,
La flor de la sencilla, la modesta flor?
Así es la dicha que mi labio nombra;
Crece a la sombra,
Mas se marchita con la luz del sol.
Debe cantar el que en su pecho siente
Que brota ardiente su primer amor;
Debe cantar el corazón que, herido,
Llora afligido,
Si ha de ser inmortal su inspiración.
Porque la lira, en cuyo pie grabado
Un nombre amado por nosotros fue,
Debe a los cielos levantar sus notas,
O hacer que rotas
Todas sus cuerdas para siempre estén.
Pero ¡cantar cuando insegura y muerta
La voz incierta triste sonará...!
Pero cantar cuando jamás se eleva
Y el aire lleva
Perdida la canción, ¡triste es cantar!
¡Triste es cantar cuando se escucha al lado
De enamorado trovador la voz!
¡Triste es cantar cuando impotentes vemos
Que no podemos
Nuestras voces unir a su canción!
Mas tú debes cantar. Tú con tu acento
Al sentimiento más nobleza das;
Tus versos pueden fáciles y tiernos
Hacer eternos
Tu nombre y tu laúd... ¡Debes cantar!
¡Canta, y arrulle tu canción sabrosa
Mi silenciosa, humilde oscuridad!
¡Canta, que es sólo a los aplausos dado
Con eco prolongado
Tu voz interrumpir!... Debes cantar.
Pero no puedes, como yo he podido,
En el olvido sepultarte tú;
Que sin cesar y por doquier resuena
Y el aire llena
La dulce vibración de tu laúd.
No hay sombras para ti. Como el cocuyo
El genio tuyo ostenta su fanal;
Y huyendo de la luz, la luz llevando,
Las mismas sombras que buscando va.
Sigue alumbrando