No alumbra, no, la inspiración sublime
Del rayo ardiente la siniestra luz;
De la tormenta al mugidor estruendo
No vibran, no, las cuerdas del laúd.
Inspira más de la violeta hermosa
El suave aroma no esparcido aún,
Y el blando soplo de la brisa errante
Que el cierzo helado y bramador del sur.
Si la mirada lánguida y doliente
Dejo vagar por el espacio azul,
Hiere mis ojos el torrente inmenso
Que arroja el sol de abrasadora luz.
¡Cuánto es mejor en la apacible noche
Mirar lucir la inmensa multitud
De astros brillantes que callados ruedan
Por ese inmenso pabellón de tul!
¡Cuánto es mejor al rayo de la luna
Postrada ver, con tímida virtud,
A una virgen en éxtasis sumida
Ante la imagen santa de Jesús!
¡Cuánto es mejor en la callada noche
Sentir pulsar las cuerdas del laúd
Por mano diestra de galán mancebo
Rebosante de amor e inquietud!
Es más hermoso en la mansión de gloria
De Dios al lado el virginal Querub,
Que el arcángel ministro de venganzas
Que tiene asiento en la mansión común.
Yo más te adoro ¡oh Dios omnipotente!
Por mí rogando en la afrentosa cruz,
Que lanzando a Babel el rayo airado
Que en tu justicia fulminaste tú.
II
Doquier que vuelva la vista
Ansiosa en rededor
Extáticos ven mis ojos
Objetos de inspiración.
Si queman a medio día
Los rayos del rojo sol,
De noche vierte la luna
Su suavísimo fulgor.
Si se oye el trueno que asorda
Que en las selvas retumbó,
También lleva el arroyuelo
Sonido murmurador.
Doquiera se halla un contraste
En la vasta creación;
Doquier se halla poesía
En las páginas de Dios.
Empero, a mí me deslumbran
Los rayos del rojo sol,
Y más amo de la luna
El suavísimo fulgor.
Me asusta el trueno que asorda
Que en las selvas retumbó
Y me place del arroyo
El eco murmurador.
Mas dondequiera la vista
Ansiosa vuelva en redor,
Extáticos ven mis ojos
Objetos de inspiración.
Yo he sentido en la noche tempestuosa
Del trueno cóncavo la voz sonar,
Y en la tormenta bárbara horrorosa
Del rayo cárdeno la voz vibrar.
Vi la tímida gota de rocío
Mecerse trémula con su estridor;
Y al rebramar del huracán bravío
Plegar sus pétalos la humilde flor.
Yo he mirado rodar el torbellino
En alas rápidas del huracán,
Y señalar su destructor camino
Con hondo estrépito por donde va.
Mas he sentido el agradable aroma
Que arrastra el céfiro de algún jardín,
Cuando el ambiente perfumado toma
Del seno cándido del alelí.