Una vez y otra vez te vi, ¡oh hermosa!
Y siempre hermosa y siempre más amada,
Y la llama de amor emponzoñada
Ahonda en mi pecho su raíz.
Pero amaba yo solo... Era preciso
Que, inflamada tu frente cual mi frente,
Se reflejase mi mirada ardiente
En tu mirada, para ser feliz...
Ausente anhelo estar en tu presencia,
Pues en ti sola mi existencia veo;
Me acerco a ti, y en tus miradas leo
De tu alma virgen la inmutable paz;
Se enardece mi pecho, y a mi rostro
Un lampo asoma de la hirviente hoguera;
Tiemblo de amor, y rápido quisiera
De ti alejarme y nunca verte más.
Pero si estoy lejos de ti, ¡oh amada!
Es tormentoso el tiempo y es eterno;
Y si presente estoy, es un infierno
Que mis entrañas corroyendo está;
Y, en vez de sangre, por mis venas corre
Fuego unas veces, y otras veces hielo;
Mi respirar se ahoga, y denso velo
A interponerse ante mis ojos va.
¡Feliz quien tiene un corazón perverso!
¡Feliz quien tiene un alma corrompida!
Pues ése mira deslizar la vida
Sin que el amor le inflame el corazón;
Que nunca abriga amor el pecho impuro,
Ni cabe en él su probador tormento;
Y el penar del atroz remordimiento
Nunca iguala al penar de la pasión.
1844