Gregorio Gutiér González


Mi Muerte

I
Morir... morir... un eco misterioso
Parece repetir estas palabras
En el fondo de mi alma... En otro tiempo
Nunca, Temilda, al corazón llegaban;
Entre mis labios al nacer morían,
Sin lastimar con su sentido el alma;
Jamás pensaba que el morir encierra
La idea tremenda que mi pecho amarga...

Ya de la vida los preciosos lazos
Casi desechos mi existencia enlazan,
Que a un leve impulso destrozados ceden
De la mano glacial de muerte airada.

Ya de mi vida el último reflejo
Siento que débil en mi pecho vaga,
Cual la luz moribunda de la antorcha
Que con más brillo al expirar se inflama.

¡Adiós, Temilda...! El caprichoso mundo
Ya de mi vista ocultará sus galas...
Y el nuevo sol alumbrará un sepulcro
Y un hombre menos lo verá mañana...

Hoy veo del sol los rayos matutinos
Que su áurea lumbre en la extensión derraman,
Dorar las crestas de los altos montes
Con el purpúreo resplandor del alba:

Y veo los bosques y los anchos campos
Iluminados con su luz de plata;
Y al occidente en arrebol teñido
Su caprichosos pabellón de grana;

Y las fuentes, los árboles, las rocas,
Con muda voz pero elocuentes hablan
Y adiós me dicen... un adiós eterno
Que incisivo desgarra mis entrañas...

¡Y ya mañana no verán mis ojos
Esos objetos que mi vida encantan...
Pues sus pupilas entre el polvo inmundo
De los sepulcros estarán cerradas!

El suave soplo de la brisa errante,
Que juguetona en mis cabellos vaga,
De un cadáver mañana los cabellos
Ha de rizar con voluptuosas alas...
Y ese sol cuya lumbre diamantina
Como torrentes sobre mí arrojaba,
Sus mismos rayos y su misma lumbre
Sobre mi tumba verterá maña...

Más brillante tal vez... un bello día
Tal vez alumbra su fecunda llama...
Y corre el cielo majestuoso... y luego
Una noche serena se levanta,

Y otro día le sigue, y otra noche
E imperturbables en su curso marchan,
Y meses pasarán, pasarán años,
Indiferentes por mi tumba helada.

¿Qué es la muerte de un hombre, si a lo grande
De millares de mundos se compara?
Una gota pequeña de los mares
Por el rayo del sol evaporada...

Y después que en el mundo he recorrido
Una existencia entre el dolor amarga,
Sin un goce siquiera... ¿mirar debo
Llegar la muerte, el no existir, la nada...?

¡La nada, dije yo! Gran Dios, destierra
Esa duda tremenda que me espanta...
Yo sé señor, que más allá se esconde
De la tumba fatal la nueva patria...

Y yo sé que el que pone del sepulcro
En el estrecho límite la planta,
Al salvar los umbrales de la huesa
De otra existencia los umbrales salva...

II

¡Morir! Triste es morir cuando la vida
Sólo ha corrido la tranquila infancia,
Cuando sigue a las lágrimas del niño
El ¡ay! postrer que el moribundo exhala.

Cuando apenas, la cuna abandonado,
En un mundo fantástico se lanza;
Y cuando mira un porvenir dichoso
A donde nueve la ligera planta...
Triste es morir cuando se ve a lo lejos,
Con embriaguez de amor una esperanza,
Que se divisa cual la estrella amiga
Que fácil rumbo al náufrago señala.

¡Descender a la tumba... ser cadáver...
Morir... dejar de ser...! Estas palabras
Tú no sabes, Temilda, lo que encierran
Pronunciadas por mí... Tú la desgracia

No has conocido...; y nunca la amargura
Sus hoscas huellas te dejó estampadas,
Para que puedas comprender a donde
Puede arrastrar el infortunio al alma.

Mira... En las noches de mortal insomnio
En que tu imagen en mi mente vaga
De mil maneras, diferentes todas,
He pensado en la muerte a mí cercana.

Y sofocado en negros pensamientos
La sien del lecho, delirante alzaba,
Y en mi febril agitación veía
Tu desdén... y mi tumba abandonada...

Sí porque tú con bárbaros desdenes
Has consumido del amor la llama,
Has desgarrado el corazón amante,
Y me has abierto la postrer morada...

Por ti al sepulcro desdeñado bajo,
Buscando en él la apetecida calma;
Y nunca sentiré sobre mi losa
De tus ojos divinos ni una lágrima.
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