Atropellados por la pamapa suelta,
los raudos potros en febril disputa,
hacen silbar sobre la sorda ruta
los huracanes en su crin revuelta.
Atrá4;s dejando la llanura envuelta
en polvo, alargan la cerviz enjuta,
y a su carrera retumbante y bruta
cimbran los pindos y la palma esbelta.
Ya cuando cruzan el austral peñazco,
vibra un relincho por las altas rocas:
entonces paran el triunfante casco,
resoplan, roncos, ante el sol violento
y alzando en grupo las cabezas locas
oyen llegar el retrazado viento.