LA MANO
Abierto un libro nuevo está sobre la mesa;
La pluma entre mis dedos mojada tengo yo.
Hagamos unos versos muy bellos a Teresa:
¡Que dicte la cabeza!
¡Que dicte el corazón!
LA CABEZA
Escribe, pues. Como diamantes puros
Que hace brillar entre su esmalte el sol,
Brillan tus ojos en el fondo oscuro
Que el arco de tus cejas encerró.
Como un hilo de perlas medio oculto
Por los bordes de un cofre de coral,
De tu sonrisa al resplandor confuso
Tu linda boca iluminada está.
Como las aguas del revuelto Cauca,
Que entorcha a sus costados el vapor,
Sobre tu frente cándida se apartan
Tus cabellos en blonda profusión.
No sigas. Ya ella sabe que en ella todo es bello:
Su talle, su donaire, su gracia, su ademán,
Sus ojos y su boca, su frente y su cabello...
Y Pálido es aquello
Que empieza a dictar.
LA MANO
EL CORAZON
Escribe, pues. Los ojos sólo gustan
Cuando de fuego sus miradas dan;
Son alambres eléctricos las tuyas
Que llegando hasta mí me hacen temblar.
La boca nada vale si no encierra
Lo que encerrado entre la tuya está:
Una sonrisa, que de amor es prenda,
Y en tu labio al nacer, me hace temblar.
Los cabellos ¿qué son si no los vemos
Mecerse a nuestro aliento desigual...?
Quiero los tuyos contemplar de lejos...
No los quiero tocar... ¡me harían temblar!
LA MANO
¡No sigas que en el vuelo de tu delirio insano
Lo para ti vedado tal vez olvidarás...!
¡Vosotros hacer versos...! Fuera un empeño vano;
Yo apretaré su mano
En prenda de amistad.