El mundo solo estaba, desierto Edén sin brisa;
El hombre suspiraba;
Mas la mujer le trajo su sonrisa.
Sin una compañera a quien su labio nombre,
El hombre desespera;
Porque es mundo sin sol, sin ella el hombre.
Ya se fue la paloma de su nido
Y arrulla triste en el ajeno hogar,
Paloma blanca, ven, que bien venido,
Siempre que vuelva, el pródigo será.
¡Ven paloma! ¡ven acá!
No tengo los gorjeos del ruiseñor que canta
Mecido en las florestas de tu natal país:
Tengo sólo esos trinos que tímido levanta
El tordo en las espigas doradas del maíz.
Esa mujer de corazón de amianto
Mis lágrimas no mira:
No se conduele al presenciar mi llanto
Y oyendo mis suspiros no suspira.
(Pasaba un día frente a la casa en que se alojaba el poeta en Zipaquirá una señorita muy bella;
preguntó él quien era, y se le contestó: “”Es E. J.; ha tenido tres pretendientes y todos han muerto;”
entonces improvisó este cuarteto).
Me han dicho que peligra quien la mira,
Que quien la ama en el instante muere;
Dile, por Dios, que quien la ve suspira
Y que aspira a morir si ella lo quiere.