I
Ven otra vez, consoladora mía,
Lira por tanto tiempo abandonada!
Tú, de mis penas compañera un día,
Presta consuelo a mi vejez cansada;
Ven, que quiero gozar con tu armonía
Los dulces sueños de mi edad pasada;
Ven otra vez a mi temblosa mano,
¡Ven a enjugar el llanto de un anciano!
Tú, cuyas cuerdas para mí templaron
El placer y el amor en otros años,
De esas horas felices que volaron
Dame otra vez siquiera los engaños,
Y olvide lo que el pecho destrozaron
Crudos tormentos de esa edad extraños;
Puede ser que en tus cuerdas destempladas
Mis ilusiones aún estén grabadas.
¿Ya que me queda de esa edad dichosa,
Florido empiezo mi larga vida?
Sólo una noche triste y horrorosa,
Y allá a lo lejos esa edad perdida...
¡Ay! mi niñez... mi adolescencia hermosa,
Mi juventud... mi juventud querida...
¿En dónde estáis?... ¿Vuestro divino encanto
No ha de volver para secar mi llanto?
¿En dónde están mis sueños deliciosos
Que mi cuitado corazón forjaba,
Y esos momentos dulces y gozosos
Que el porvenir en mi ilusión me daba?
Sólo recuerdos tristes y azarosos
Ese anhelado porvenir aguardaba...
¿Sólo tormento deja en la memoria
El sueño del amor y de la gloria...?
¡El sueño del amor!... ¡Bella María!
¡Angel custodio de mi larga vida!
¡Astro de luz cuyo fulgor de un día
Brilló en el cielo de esa edad perdida!
Puede endulzar mis horas de agonía
Sólo el destello de esa luz querida,
De esa luz que alumbra mi camino,
Y que inflexible me apagó el destino.
Flor entreabierta a la primer sonrisa
De la inocente y cándida mañana.
Que al retozar la perfumada brisa
El rocío del aljófar engalana.
El sol ardiente con celosa prisa
Trocó en ceniza tu beldad temprana;
¡Pobre María! ¡Contra un pecho amante
Se marchitó tu angelical semblante!
¡Oh si a mi lado fueras todavía
El ángel seductor de mis amores...!
¡Ah!... pero no que la vejez impía
Helado hubiera tus hermosas flores,
Y yo te hubiera visto, mi María,
Ser presa como yo de tus dolores...
Y hubiera visto al tiempo presuroso
Trocar en blanco tu cabello hermoso.
Quiero más bien en mi delirio insano
Mirara intactos tus hechizos bellos;
Quiero más bien con mi ilusión ufano
Las rubias trenzas ver de tus cabellos;
Quiero soñar que mi rugosa mano
Osa otra vez juguetear con ellos...
Y al triste son de mi olvidada lira
Pensar que aún tu corazón suspira.
II
El corazón del hombre es una lira
Dispuesta a producir cualquier sonido;
Tremulento de amor goza y delira,
Herido de dolor lanza un gemido;
Con la esperanza de sonreír se mira,
Con la desgracia llora entristecido,
Pero sus cuerdas, hechas al quebranto,
Suenan mejor si las empapa el llanto.
Jamás se encuentra inspiración alguna
En medio del placer y de la orgía,
Y al blando arrullo de opulenta cuna
No se mece jovial la poesía:
Brinda sólo cantares la fortuna
Al infeliz que llora en su agonía...
Que el canto no es placer, sino un consuelo
Que, a falta de placer, nos presta el cielo.
Al recinto de espléndidos salones
Sólo penetra la algazara inquieta;
No da el laúd sus apacibles sones
Donde indolente su señor vegeta;
Y jamás entrelazan sus blasones
Una humilde corona de poeta...
¡Es que la alfombra del feliz no baña
El llanto que humedece una cabaña!
Nunca el recuerdo del placer pasado
Alegra el corazón entristecido,
Y el dardo del dolor envenenado
Lo lleva siempre el corazón herido;
Que es triste recordar que hemos sufrido,
Y el canto es el recuerdo y nuestra lira
Por eso en vez de ondular suspira.
Comparad esos gritos de alegría
Con el suspiro del dolor profundo,
En el tumulto de algazara impía,
O del mendigo en el rincón inmundo:
Comparad el ¡bebamos! De la orgía
Con el ¡Jesús! Gritado a un moribundo:
¡Apurad el placer, sufrid el llanto,
Y alzad entonces vuestro alegre canto!
III
Pero mi pecho cuitado
No alienta esperanzas hoy
Es sólo el cauce vacío
Por donde rodó veloz
El torrente de delirios,
De ilusiones y de amor.
Es una hoguera mortuoria
Que con su débil fulgor
No ilumina los semblantes
De fantasmas que creó...
En otro tiempo su llama
El porvenir me alumbró,
Y coloraba brillantes
Los sueños de mi ilusión.
Hoy... ¿qué luz ha de guiarme?
Sólo el luctuoso blandón
Que arderá junto a mi féretro
Con siniestro resplandor...
Y ¡ay! esa luz vacilante
No alumbra ilusiones, no,
Ni se forjan junto a ella
Los sueños de la ambición.
Y cada surco que el tiempo
En mi semblante estampó,
La mano de la desgracia
Lo trazó en mi corazón.
Mi trémula voz recuerda
Los deliquios de mi amor...
Y cada cabello blanco
Una perdida ilusión...
Y parece que la nieve
De mis cabellos heló
Entre mis párpados secos
Las lágrimas del dolor...
Y el llanto que la mejilla
Del infeliz no bañó,
Es un filtro venenoso
Que le quema el corazón.
1845.