Permite amigo, que en lugar de lágrimas,
Que a mis ojos ya nunca volverán,
Mi nombre escriba en tu modesta lápida
Como un triste tributo de amistad.
Es una ofrenda sin valor, sin mérito,
Que sólo puedes apreciarla tú,
Si es que de Dios al pie del trono espléndido
Tus ojos miran a la tierra aún.
Aunque haya sido tu existencia efímera,
Tu mano, pronta para hacer el bien,
Pudo en el pueblo derramar solícita
La fecunda semilla del saber.
Mas de la vida en la pendiente rápida
Comenzada dejaste tu labor:
¡Por eso dejas en los ojos lágrimas,
Por eso duelo tras de ti quedó!
La muerte en tanto viste tú con júbilo
Acercarse a tu lecho de dolor,
Y en lo alto abiertas para ti por último
Las puertas que conducen hacia Dios.
¡Bello es morir cuando del vicio el hálito
Nuestra conciencia no manchó jamás,
Cuando podemos, pura y sin obstáculo,
Orgullosa la frente levantar!
Bello es morir en el dichoso término
En que, joven, palpita el corazón,
Sin aguardar a que gastado, escéptico,
Se sienta ya sin ilusión, ni amor!
Las ilusiones y los sueños mágicos
Que hay de la vida en el primer albor,
Dan una luz cuyo fulgor fantástico
Del sepulcro ilumina la región.
Y en la vejez... cuando los pies inútiles
Resbalan al pisar el ataúd,
Sólo habrá que ilumine el cuadro fúnebre
De cuatro cirios la dudosa luz.
Tú no bajaste a tu sepulcro frígido
A descansar eternamente en él,
Sino a dejar ese vestido efímero
Que la tierra, prestado, te dio ayer.
Y libre al fin de la cadena incómoda
Que tu cuello a la tierra sujetó,
Atravesaste por la estrecha bóveda,
Cual por arco de triunfo a otra región.
Y en la mansión do gozarás sin término,
Sólo me atrevo a demandarte yo
Una mirada hacia el enemigo férvido
Que tu mano en la tuya estrechó.
Pero permite que en lugar de lágrimas,
Que ya a mis ojos no vendrán jamás,
Mi nombre escriba en tu modesta lápida
Como un débil recuerdo de amistad