En la apacible tarde mil veces he sentido
Rodando entre las flores, la fuente murmurar;
La queja lastimera y el canto adolorido
De tórtola que busca su ya desecho nido,
Su amante compañera, que muerta juzga ya;
He oído entre las sombras de noche silenciosa
La voz incomprensible de incomprensible ser,
Que en medio de las selvas se eleva misteriosa;
Y el lúgubre susurro del aura vagarosa
Que juega entre las hojas llorosas del ciprés.
Empero, de tu flauta dulcísima el sonido,
No imita de las fuentes el lánguido rumor,
Ni el canto de las aves, ni el místico ruido
Que se oye entre los bosques fantástico y perdido,
Ni el eco de las brisas entre el ciprés llorón.
A nada se parece su acento indefinible,
No copia otro ruido, no imita ningún son,
En todo lo que existe jamás fuera posible
Hallar la voz tan tierna, tan dulce, tan flexible
Que a tu instrumento enseña tan inefable voz.
La red de una armonía desconocida y nueva
Que enlaza el infinito al hombre, enseñas tú,
Que el arte en el delirio que audaz su genio lleva,
Moderno Prometeo, parece que se eleva
Y arranca de los cielos inspiración y luz.
El arte vaticina. El genio del artista
No imita lo creado, se siente creador;
Se lanza al infinito, donde lanzó su vista...
Y vuelve hacia la tierra y anuncia una conquista,
Cargado con los dones del mundo que soñó.
Poe eso tu ágil flauta despierta el sentimiento
Que duerme entre las fibras de todo corazón;
Por eso no remeda su misterioso acento
Lo dulce de la dicha, lo amargo del tormento,
La voz de la alegría, los ayes del dolor:
Oyéndote parece que oyéramos, lejano,
De alguna pena vaga pronóstico infeliz;
Por eso cuando te oigo reprimo el llanto en vano
Que brota de mis ojos, y tímida mi mano
Enjuga mis mejillas y no puede aplaudir.