Gregorio Gutiér González


A Adriano Scarpetta

Sólo de tus cantares he escuchado
De dolor una queja repetida,
Simpática y vehemente, que ha mostrado
Que el alma lleva su mortal herida.
Cantar no alivia al corazón llagado
Mientras aliente el corazón con vida,
Que el dolor y la vida para el hombre
Los mismos son con diferente nombre.
Pero no es tan amarga, no es tan triste,
Cuando hay amor, nuestra doliente queja,
Mas, perdón otra vez, madre y Señora,
Si yo dudo y vacilo...” Basta ya.

Ya ves, Segundo, que imposible fuera
El cumplir esa deuda para ti;
No es el acento de una voz blasfema
Quien la santa promesa ha de cumplir.
Que el amor se engalana y se reviste

1868.

De algo que alivio en nuestras penas deja.
El dolor al amor no se resiste,
Y vencido por éste, aquél se aleja;
Decir que amando hay vida desgraciada
Es sacrilegio en alma enamorada.

Y dicen que es tan dulce la esperanza
Que da consuelo al hombre atribulado,
Y que, madre feliz, sólo ella alcanza
A hacer que exista nuestro Edén soñado;
Que no puede quejarse aquel que lanza
Atrevida adelante su mirada,
Pues la esperanza embriagadora y bella
De su vida será faro y estrella.

Y el que tiene, además, como tú tienes,
La fe en el corazón, la fe en el alma,
Ese conjunto de infinitos bienes
Que las borrascas de la vida clama,
Ese, feliz adornará sus sienes;
Tendrá cetro, dosel, corona y palma,
Pues la senda del hombre se ilumina
Con los fulgores de su fe divina.

Llámate afortunado, sin rebozo
Con esa augusta trinidad bendita,
Fe, esperanza y amor. Lleno de gozo
Debes sentir que el corazón se agita;
Publica pues al mundo tu alborozo,
Que la dicha del hombre es infinita:
¡Canta alegre y feliz, de polo a polo,
Y deja al triste que se queje solo!
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