Eran vísperas del crimen el empedrado,
La tarde,
El sol caído violentamente hacia el oeste,
Cuando desde el balcón a la plaza,
Veías
Negros jinetes cruzar.
Remotos, pálidos, silenciosos,
Iban
En lento paso morado,
En procesión de monstruos fugitivos,
Y su vacilación el sitio a donde
Llevar duelo.
Cayendo crepúsculo a su alrededor,
Con pisadas secas,
Con aturdimiento entre el polvo,
Podías creerles
Sonámbulos que cruzaran con cuchillos
Su sombra.
Los recuerdos, atroces de frío
Y de noche, caer
Sobre frágiles chozas
Entregadas
Como el desnudo de sus vírgenes,
Quebrar cuerpos, manchar de sangre muros
Y luego perderse,
Tigres sin pesadillas
Tras el aullido del aire y las muertes.
En todo lugar la huella solitaria:
Los harapos, el filo de sus dientes, la tiniebla.