Esta memoria vuelve todavía
de un jardín de amaranto más retinto:
los lagos del ocaso, colorando
mi desvarío como un vino tinto;
y los rubíes, hundidos talismanes,
en tus profundos ojos de jacinto.
Un esplendor de bermellón bañaba
las hiedras y las flores fúnebres;
y de tus labios yo bebí la sangre
que un dios sangraba fuera del ciprés;
y mi alto corazón llovía la vida,
la esencia de sanguinos árboles. . . .
Pero la noche vino a apagar
los mágicos rubfes y el fuego rojo
con el icor del dios. . . . En vano busco
aquella claridad en cielo y en ojo. . .
hallando ya símbolos y palabras
a limitar el río leteo y flojo.