César Abraham Va Mendoza


El pan nuestro

Húmeda tierra de cementerio huele a sangre amada.
Ciudad de invierno...
La mordaz cruzada de una carreta
que arrastrar parece una emoción de ayuno encadenada.

Si quisiera tocar todas las puertas y preguntar por no sé quien;
y luego ver a los pobres, y, llorando quedos,
dar pedacitos de pan fresco a todos.

Y saquear a los ricos sus viñedos
con las dos manos santas
que a un golpe de luz volaron desclavadas de la Cruz.

Pestaña matinal, ¡no os levantéis!
!El pan nuestro de cada día dánoslo, Señor...!

Todos mis huesos son ajenos;
yo tal vez los robé.

Yo vine a darme lo que acaso estuvo asignado para otro;
y pienso que, si no hubiera nacido,
¡otro pobre tomara este café!

Yo soy un mal ladrón... ¡A dónde iré!

Y en esta hora fría,
en que la tierra trasciende a polvo humano
y es tan triste, quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco aquí,
¡en el horno de mi corazón...!
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