Un leñador derribaba
árboles sin precisión;
díjole siempre la abuela:
'Mi hijo, ten piedad por ellos;
tiene el árbol corazón.'
Oyéndola, como un salvaje,
el leñador se reía:
'Abuelita esos consejos
no pasan de bobería.'
Madrugador, el malvado,
tempranito despertaba
y con el hacha filuda
el día entero pasaba
derribando la arboleda.
La abuela, rogando en vano,
siempre, siempre le decía:
'mi hijo, ten piedad del árbol,
todos tienen corazón.'
Una mañana, el maldito,
aun más bruto que los brutos,
sin hacer caso del grito
de la abuela que tenía
su septuagésimo enero,
derribara un ingacero,
todo cargado de frutos.
Otro dia el renegado,
hizo aún cosas peores,
al naranio desgajó,
donde la pobre abuelita
hallara un dia las flores
que adornaron su vestido
cuando virgen se casó,
con el viejo tan amado,
con aquel que falleció.
La abuela, rogando en vano,
siempre, siempre le decía:
'mi hijo, ten piedad del árbol,
todos tienen corazón.'
Al lado de la maleza,
donde pastaba el ganado,
alto se alzaba el ipé
por el abuelo plantado.
Debajo de aquella sombra,
después del campo labrar,
allí, en horas de sol fuerte,
iba el viejo a descansar.
Si era la noche de luna,
allí en su banco de piedra,
con su vihuela charlando,
el viejo, ya caducando,
abría el pecho a cantar.
Después, mi blanco, el tíñoso,
el bruto, el ruin, el malvado,
el hombre sín corazón,
derribará al suelo un dia
aquel follaje sagrado
que más de un siglo tenía,
y, entonces, cuando el maldito
desgajaba el viejo ipé,
vió borbotones de sangre
salir del tronco y correr.
Y arrojando al suelo el hacha,
hizo a sus piernas valer ...
Y fue corriendo... corriendo!
Cada tronco que iba viendo,
de los árboles que hachó,
era un brazo levantado,
de un hombre medio enterrado
que gritaba: 'Huye, malvado,
i asesino!...iMatador!"
Y fue corriendo... corriendo!
iCada vez corria más!
Y, cuando ya a la distancia, •
volviera la vista atrás,
viendo alzar al viejo ipé,
como un hombre ensangrentado,
los brazos, todo él hachado ...
cada vez corria más.
[Del barranco, en el carnino,
abandonada una choza,
entre la selva miró!
iCuando sueña que descansa,
la choza, como venganza,
encima de él se tumbô!
iY fue corriendo y gritando!
iEn cada árbol que iba hallando,
alcanzaba sólo a ver
que cual si fuera arrancada
su raiz toda del suelo,
en una gran disparada,
atrás de él iba a correr!
Abriendo ia encrucijada
miró una gruta cerrada
en el verde capuangal,
y el hombre metióse al mato,
que luego que vió al ingrato,
de verde follaje fresco,
fue trocado en espinal.
Y siguió otra vez corriendo,
cansado, por los caminos! ...
Toda planta que encontraba,
y la yerba que pisaba
estaban lienos de espinos.
y corría ... y no paraba!
Iba corriendo sin tino,
como el malvado asesino
que a un inocente mató!
Mas, ¿qué fue lo que a su frente,
él mirara derrepente,
que al instante lo paró?
Era un rio que pasaba,
allí, por ese lugar.
y el rio tenta un puente
que el hombre fue a atravesar.
Puso el pie ... y ai ir pasando,
el puente se fue quebrando ...
y el bicho cayó a nadar!
El bruto se estaba ahogando,
y síempre, siempre gritando:
" i Socorro, mí Dios, socorro!
iSocorro voy a morir!
yo juro a dios, suplicando,
que nunca más contra un árbol,
mi hacha se habrá de esgrimir.'
Entonces, verde ingacero
que surgia sobre el agua,
estiró su brazo verde,
dando al hombre salvación.
El hombre coje la rama
y con los dientes se aferra,
y va subiendo ... subiendo ...
y cuando afirmóse en tierra,
lloró toda su aflicciõn.
Besaba el árbol, llorando
decfa su gratitud:
'iQué Dios te haga, bendecido,
todo el año haber verdor!
será el machete quebrado,
quiero olvidar el pasado,
nunca más ser leñador!
.......................
Y, después de esa hora santa,
para haber de toda planta
ia gracía, el perdón entero
de su crimen de hombre ruin,
tornándose jardinero,
nunca más hizo otra cosa,
sino cuidar del jardín.
La abuela que ya pasaba
dei septuagésimo enero,
decía que en este mundo
nunca viera un jardinero
que así cuidara un jardín.
Dormía todas las noches
con la ventana entreabierta
atendíendo a los rumores,
y a veces, hasta altas horas,
quedaba, allí, en la ventana,
oyendo el sueño a las flores.
De mañana, tempranito,
iba a saber de la rosa,
el clavel, la siempreviva
y la magnolia olorosa,
si habían dormido bíen.
Y cuidaba más las rosas
que abuelitas cariñosas
de los nietos el dormir.
Decía a una flor: 'buen día!
¿Cómo está hoy la berrneja ?
Y a ia otra: 'Pobrecita,
perdió su miei... fue robada!
Ya sé quíen fue: ifue la abeja!'
Y, con pena de las rosas,
que parece que lloraba,
suave, sus tallos mecía,
y a los rosales limpiaba
de ias gotas de rocío.
E iba tomando del suelo,
a flor que al suelo caía.
Después, golpeaba la mano,
sacudiéndola del agua
venida del corazón,
y daba golpes de pecho,
cual si hiciera confesión.
Cuando la esquila en la iglesia
tocaba el Ave-María,
en el huerto, arrodillado,
rogaba a Dios por las almas
de flores que hubo ese día
en el jardín enterrado!
y, ahora, cuando pasaba,
junto a los troncos, cantando,
y, lleno de agua, cargando
a su viejo regador,
todos los árboles, juntos,
al leñador perdonaban
y al jardinero arrojaban,
de sus ramajes, la flor.