Circundado de inmensa muchedumbre
Que á su paso doquiera se agolpaba,
Jesús á sus discípulos hablaba
A orillas de la mar.
De un pescador sobre la humilde barca
Dirigiéndose al pueblo en la ribera,
Su vibradora voz, jamás austera,
Comenzó á resonar.
“La palabra de Dios es semejante,
Les dijo, á la semilla
Que, anhelando sacar fruto abundante,
Esparce el labrador con fe sencilla.
“Y regando los campos dondequiera,
Con generosa mano,
De la senda detiénese á la vera
Por contemplar el regalado grano.
“La primera cayó, mas al camino,
Y las aves del cielo
Bajaron en tropel ¡ duro destino!
Recogiédola toda por el suelo.
“Es imagen de aquél que la palabra
No atiende ni la escucha,
Y su desgracia por sí mismo labra,
Pues ¿quién sin fuerzas vencerá en la lucha?
“Sobre piedras cayendo la segunda,
Nació muy débilmente;
Pero no estando su raíz profunda
La secó del estío el soplo ardiente.
“Como aquél que la entiende y que la sigue
Con fugaz alegría,
Mas desmaya si alguno le persigue,
Si le hiere la burla, la ironía.
“La tercera, entre espinas sofocada
Y punzantes malezas,
Pereció, como el alma devorada
Del cuidado del siglo y las riquezas!
“Yá tan sólo las últimas brotaron
Sobre fértil terreno;
Y madurando, al sembrador brindaron
Con opima cosecha y fruto bueno.
“Este es aquél que la palabra entiende
Y, siguiendo su anhelo,
Resueltamente y con valor emprende
El camino escarpado que va al Cielo.”
¡Oh! escuchemos Señor y Padre nuéstro
Tu palabra sagrada,
Que con tal Conductor y tal Maestro,
No podremos errar en la jornada!