Ya que quieres saber, amiga mía,
Lo que hago en esta hacienda,
Haz cuenta, pues, que ves en este día
Cuanto mí pluma describirte ansía,
Desde la vera de apartada senda:
Una tarde hermosisíma y galana;
Un espléndido cielo
Recamado de nubes de oro y grana;
Una inmensa extensión de la Sabana
Satisfaciendo mi campestre anhelo.
Entre su manto azul, de niebla orlado,
Lejanos horizontes;
Por donde quiera florecido prado,
Donde miro pacer suelto el ganado,
Y en rededor los elevados montes.
Aquí mis pies el anchuroso río,
Como extendido espejo,
Rizado por las brisas del estío,
Siempre tranquilo, majestuoso y frío,
Del moribundo sol ante el reflejo.
Cada ola se tiñe silenciosa
Del color esplendente
Del zafiro, la púrpura y la rosa,
Mientras baja la balsa perezosa
Sobre la mansa faz de la corriente.
Vuelve al pueblo cercano la aldeana,
Satisfecha y sencilla.
«Mis señoras,»—nos dice,—«hasta mañana!»
Y la vemos saltar ágil y ufana
Desde la balsa á la arenosa orilla.Y la siguen las otras compañeras
Con ruidoso contento,
Que hasta las anchas y distantes éras
De las verdes y rubias sementeras
Hace en sus alas resonar el viento.
Se oculta el sol bajo el oscuro velo
De una plomiza nube;
Y al levantarnos con pesar del suelo
Vemos que en fácil pero lento vuelo
Ave tras ave al firmamento sube.
En silencio miramos: yá sus huellas
Con la sombra confundo...
Yá se pierden ; y salen las estrellas,
Innumerables misteriosas, bellas,
Para brillar sobre el dormido mundo.
¡Oh tardes de Septiembre tan hermosas!
¡Oh majestuoso río!
Campos que adornan las agrestes rosas!
¡Cielo estrellado! ¡ noches luminosas
Del caluroso, incomparable estío!
¡Hechuras del Señor omnipotente
Presentadle mi anhelo;
Que cuanto el alma al contemplaros siente
Se lo ofrece, elevando reverente
Su corazón y su mirada al cielo.