Para hablar con un preso no le ofrezcas resistencia: entra
en su celda, transfórmate el espejo.
Deja que se vea en ti, porque él nunca se ve, refugiado en
el ayer, comiendo siempre el mismo trozo de pan,
bebiendo el mismo trago de agua, llamando caricia al
arañazo, rumiando el placer de la insatisfacción.
¿Se enquista, se disfraza, huye, se disimula entre las sillas?
¿Insulta, amenaza, patea el aire?
Tu hazte reflejo, eco, sombra, busca el resquicio, introdúcete
como un ladrón,
ayúdalo a ver los muros que lo encierran, invítalo a
derribarlos, borra de su mente las ideas tatuadas,
dale el deseo de vivir lo suyo y no lo impuesto.